
Guerra de los Doce Días
Escrito por abdelkebir belafsahi Y traduciendo por nosotras
La guerra de doce días, si podemos llamarla así, entre Irán y la entidad sionista podría ser el principio del fin de Israel tal como lo conocemos. La declaración del presidente estadounidense Donald Trump sobre el “fin de la guerra” fue simplemente la culminación de un conflicto mayor, conocido como la “Guerra del Gran Engaño”. Esta guerra no pretendía lograr una victoria militar decisiva, sino que sirvió como herramienta para reproducir las narrativas de legitimidad interna tanto en Irán como en Israel. En otras palabras, el objetivo no era ajustar cuentas históricas ni resolver un conflicto tradicional, sino aprovechar el momento militar para consolidar la legitimidad interna de los regímenes políticos. El final de la guerra pareció diseñado para salvar las apariencias de todas las partes. Nadie fue claramente derrotado, nadie se rindió, y cada bando elaboró su propia narrativa de victoria y la celebró según su propia lógica y motivaciones internas, incluso si esas narrativas contradecían la realidad o estaban envueltas en dudas entre el engaño y victorias ilusorias. Una de las características más destacadas de esta guerra es la enorme discrepancia entre las narrativas y la información. Israel, por ejemplo, anunció el asesinato de varios destacados líderes militares iraníes, pero estos aparecieron posteriormente en las celebraciones de la victoria en Teherán o en reuniones oficiales, como la reunión de ministros de defensa de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en China, donde el ministro de Defensa iraní y asesor del Líder Supremo, Ali Shamkhani, de quienes se rumoreaba que habían sido asesinados, apareció con vida en actos públicos. Respecto al programa nuclear iraní, Estados Unidos e Israel afirmaron que había sido completamente destruido, mientras que Irán lo negó categóricamente. Informes de inteligencia europeos incluso confirmaron que las reservas de uranio de Irán no se habían visto afectadas. Esto dio lugar a una famosa escena en la que Trump, indignado, exigió la expulsión de una corresponsal de la CNN por el simple hecho de anunciar la noticia, llegando incluso a insultarla. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, intentó presentar la guerra como una ganancia política interna. Sin embargo, estratégicamente, tanto a nivel militar como de seguridad, sufrió importantes pérdidas simbólicas. Por primera vez desde 1948, Tel Aviv fue atacada de forma tan violenta, en su corazón y en sus profundidades, a pesar de la presencia de la Cúpula de Hierro, descrita durante mucho tiempo como un escudo impenetrable. El colapso de esta ilusión por sí solo representa una importante derrota moral para Israel. Esta guerra no fue una guerra convencional, sino una batalla de narrativas, engaños mediáticos y políticos. No hubo un vencedor real, sino que cada bando buscó pintar una imagen de victoria ilusoria para alcanzar sus propios objetivos internos. De hecho, la guerra ha terminado, pero sus efectos permanecerán presentes en forma de una crisis de legitimidad mutua y una imagen frágil de cada régimen ante la opinión pública. El conflicto entre Irán e Israel también puede verse no solo como una enemistad tradicional o una rivalidad histórica, sino como una necesidad existencial utilizada por ambas partes para consolidar la legitimidad del régimen político a nivel interno. Desde 1979, el “enemigo sionista” se ha convertido en parte fundamental del discurso político y mediático iraní, y se utiliza como herramienta para poner a prueba y mantener la legitimidad de los sucesivos regímenes. Esto se debe a que la Revolución Iraní de 1979 representa la piedra angular en la configuración de la identidad política de Irán, y la persistencia de este discurso hostil fortalece la cohesión interna del régimen. En cuanto a Israel, lo presenta como una amenaza existencial que amenaza no solo la seguridad de Israel, sino también la de la región y del mundo en su conjunto. Se utiliza como espantapájaros para justificar numerosas políticas militares y de seguridad. Mediante esta escalada, Benjamin Netanyahu ha logrado tres objetivos principales: asegurar la militarización continua del Estado; el conflicto ha proporcionado una justificación convincente para seguir fortaleciendo las capacidades militares y aumentando los presupuestos de defensa, con el pretexto de enfrentar la amenaza iraní; y mantener el apoyo occidental, especialmente el estadounidense. A pesar de la disminución de la simpatía europea por Israel como resultado de su guerra en Gaza, Netanyahu ha logrado, al centrarse en la amenaza iraní, redirigir la atención y mantener parte de este apoyo. Apoyo y, finalmente, obtener ganancias políticas internas, al utilizar la escalada con Irán como herramienta para reestructurar la relación entre el Estado y la sociedad. Netanyahu, quien enfrentaba una profunda crisis política y el fracaso en el logro de los objetivos de la guerra en Gaza, además de procesos legales y la posibilidad de la caída de su gobierno, vio en el ataque iraní una oportunidad para movilizar a la población. Porque, en cuanto se produjo el ataque, las fuerzas políticas se unieron en torno a él, incluida la oposición, que volvió a declararle su apoyo. De hecho, las encuestas de opinión comenzaron a favorecerlo, hasta el punto de que consideró convocar elecciones anticipadas
En contraste, Irán ha experimentado una ola de protestas internas generalizadas desde 2022. Estas protestas comenzaron con el asesinato de Mahsa Amini a manos de la policía y se intensificaron días antes del ataque militar, con 93 ciudades de 27 provincias iraníes presenciando protestas generalizadas por las condiciones económicas y de vida. Sin embargo, inmediatamente después del ataque, la opinión pública iraní se unió en apoyo al régimen, e incluso la oposición nacional cesó sus críticas. Un ejemplo de ello es la declaración del escritor iraní y profesor de sociología política, Bayat, quien enfatizó que es imposible oponerse al Estado iraní en estas circunstancias. Uno de los símbolos más destacados de esta unidad fue Sahar Emami, la locutora iraní que murió en el atentado contra el edificio de la televisión iraní durante una transmisión en vivo. Su imagen se ha convertido ahora en un símbolo de firmeza y resistencia, y su imagen llena las calles y plazas de Teherán. Por lo tanto, esta guerra no se libró con el objetivo de lograr una victoria militar decisiva, sino como un medio para gestionar las crisis internas de ambos bandos. El conflicto ha trascendido las dimensiones militares tradicionales, convirtiéndose en una herramienta para reestructurar la relación entre el Estado y la sociedad y establecer la legitimidad de los regímenes gobernantes en medio del agravamiento de las crisis internas. Si bien el objetivo declarado de Israel tras el reciente ataque contra Irán era doble: derrocar al régimen iraní y poner fin al programa nuclear, ninguno de estos objetivos se logró en realidad. Ni el régimen ni el programa nuclear fueron erradicados. Por el contrario, la legitimidad del régimen se fortaleció a nivel nacional y los iraníes se unieron en torno a su gobierno, lo que ilustra cómo la agresión externa puede convertirse en una fuerza que une al país en lugar de fragmentarlo. Esto contrasta con Israel, y en concreto con el gobierno de Benjamin Netanyahu, que intentó utilizar este ataque para obtener réditos políticos internos en medio de sucesivas crisis que lo aquejaban, desde el fracaso en Gaza hasta las crecientes críticas internacionales, pasando por la pérdida de popularidad y las divisiones dentro de la Knéset. Netanyahu vio el ataque contra Irán como una oportunidad para escapar de su aprieto político. Desde la década de 1990, Irán ha sido el eje central del proyecto político e intelectual de Netanyahu. En su primer libro, “Un lugar bajo el sol”, publicado en 1993, y posteriormente en su segundo, publicado en 1997, Netanyahu retrató implacablemente a Irán como una amenaza existencial no solo para Israel, sino para los intereses occidentales en su conjunto, enfatizando que la posesión de un arma nuclear por parte de Irán sería una catástrofe para la región y el mundo. Posteriormente, utilizó esta misma retórica para persuadir a Estados Unidos a entablar una confrontación directa con Teherán, lo que resultó en el reciente ataque estadounidense contra las instalaciones nucleares iraníes. La pregunta aquí es: ¿Implica Netanyahu a Estados Unidos en esta confrontación? ¿O Washington la estaba planeando con antelación? La respuesta sigue siendo compleja, ya que el gobierno estadounidense solo inició el ataque tras una violenta respuesta iraní, que atacó territorio israelí con misiles por primera vez desde la fundación de Israel en 1948. Estos ataques fueron impactantes e inesperados, lo que llevó al presidente estadounidense a afirmar claramente que la intervención estadounidense “salvó a Israel”. De hecho, el ataque iraní, que golpeó el corazón de Israel, trastocó los cálculos militares y políticos, y casi convirtió las limitadas ganancias de Netanyahu en pérdidas estratégicas. Sin embargo, basándose en la lógica de “escapar hacia adelante”, Netanyahu intentó aprovechar el momento para presentarse como un líder decisivo capaz de enfrentarse a los mayores adversarios de Israel, aunque no logró sus objetivos finales. La ambición israelí de eliminar el programa nuclear iraní y derrocar al régimen no es nueva, pero siempre se ha visto impulsada por la fragilidad de la situación interna en Irán, incluidas las protestas sociales y económicas y la pérdida de confianza de los iraníes en su régimen. No obstante, el ataque tuvo resultados completamente opuestos. El régimen iraní logró aprovechar la escalada externa para unificar el frente interno, e incluso atrajo a algunos opositores a la trinchera estatal. La población iraní, a pesar de las protestas que continúan desde 2022 tras el asesinato de Mahsa Amini, ha demostrado una asombrosa capacidad de unión en momentos de peligro. El pueblo persa, de mayoría persa, goza de una identidad nacional y se enorgullece de ella, lo que convierte cualquier ataque externo en un motivo para apoyar al régimen en lugar de socavarlo
La oposición iraní no es homogénea ni unificada. En el extranjero, el panorama está dominado por organizaciones como los Muyahidines del Pueblo (MEK), liderados por Maryam Rajavi, y el movimiento monárquico aliado con el hijo del Sha, así como por grupos separatistas como el Partido de la Libertad del Kurdistán. Sin embargo, estas fuerzas, aunque adoptan un discurso de derrocamiento del régimen, carecen de un apoyo popular real dentro de Irán. También rechazan la idea de un cambio de régimen mediante la intervención externa, lo que debilita su eficacia incluso en momentos de crisis. En cambio, a nivel interno, la oposición está más fragmentada, dividida entre movimientos estudiantiles y de derechos humanos desorganizados que carecen de herramientas efectivas para el cambio, aunque expresan un sentimiento popular de descontento que se manifiesta en oleadas dispersas de protestas. Por lo tanto, apostar por la caída del régimen iraní mediante ataques externos fue y sigue siendo una apuesta poco realista, como lo ha demostrado esta escalada. En definitiva, esta confrontación demuestra que la política en Oriente Medio ya no se mide únicamente por el equilibrio de poder militar, sino por la capacidad de los regímenes para emplear el conflicto externo para fortalecer sus posiciones internas. Netanyahu no logró los objetivos anunciados, pero podría haberse encontrado en una posición defensiva tras la respuesta iraní. En cuanto a Teherán, utilizó el ataque como herramienta para restablecer la cohesión interna, a pesar de todas las divisiones. La pregunta más importante sigue siendo: ¿Fue temporal este alineamiento interno iraní? ¿Volverá la situación a la normalidad tras el fin de la guerra? La respuesta no tardará en llegar, pero es evidente que derrocar al régimen iraní, como promueve Israel, no será posible mediante aviones y misiles. Requiere, más bien, algo más profundo: transformaciones sociales y políticas desde dentro, no mediante bombardeos. Como se mencionó anteriormente, a pesar de los ataques israelíes concentrados contra el interior de Irán y los asesinatos precisos contra los cabecillas del liderazgo iraní, Israel ha demostrado una vez más su incapacidad para derrocar al régimen iraní. No ha abandonado esta idea a pesar de sus repetidos fracasos. Todo esto se debe a que la geografía de Irán, que se extiende sobre un área tres veces mayor que la de Irak, y su compleja demografía, caracterizada por la diversidad étnica y religiosa, convierten la idea de derrocar al régimen iraní mediante ataques aéreos u operaciones de inteligencia limitadas en una mera ilusión estratégica. Esto se debe a que Irán no es como Gaza, ni se asemeja al Líbano o Siria en cuanto a su extensión territorial, la naturaleza de su gobierno, la composición de su régimen o el tamaño de su base popular. La apuesta israelí, aunque aparentemente audaz, fue poco más que un intento de explotar sus capacidades técnicas y de inteligencia para penetrar el sistema de defensa iraní y generar presión interna mediante la guerra psicológica y las redes sociales, incluso ofreciendo consultas médicas a los heridos en Irán. Sin embargo, estas herramientas, por muy precisas que sean, son insuficientes para derrocar un régimen de esta magnitud. En realidad, derrocar al régimen iraní requiere una guerra integral, compleja y multilateral, y una amplia coalición internacional liderada por Estados Unidos, como ocurrió en Irak en 2003 contra el régimen de Saddam Hussein. Sin embargo, el contexto iraní es completamente diferente en cuanto a su estructura política, poder militar y alianzas regionales e internacionales. Por lo tanto, a pesar de la propaganda mediática y política, Israel no ha logrado sus objetivos estratégicos. Si bien Netanyahu intenta ofrecer “ganancias simbólicas” dentro de Israel para encubrir este fracaso, especialmente a la luz de sus continuos fracasos en Gaza, en realidad, recientes encuestas de opinión israelíes han confirmado que la guerra en Gaza se ha convertido más en una carga que en una ganancia, y que ha llegado el momento de buscar un acuerdo político o una tregua. Esto socava gran parte de la narrativa que Netanyahu intenta establecer en torno a las “victorias” israelíes. Por lo tanto, el ataque estadounidense es para salvar a Israel o a Netanyahu y salvar las apariencias
Por otro lado, esta escena no puede interpretarse sin abordar la postura estadounidense. El actual gobierno estadounidense, liderado por Donald Trump, ha intentado presentarse como la única potencia capaz de gestionar el equilibrio en Oriente Medio atacando a Irán y luego llamando a la calma y a la negociación. Intentó afirmar claramente: «Tenemos las llaves tanto de la guerra como de la paz». Sin embargo, los potentes ataques iraníes, que impactaron profundamente en Israel, revelaron los límites del papel israelí y confirmaron a Washington que Israel por sí solo ya no es capaz de desempeñar el papel de «disuasión permanente» en la región. La declaración de Trump de que intervino «para salvar a Israel» refleja esta realidad. Sin embargo, en esencia, la intención no era salvar al país, sino salvar personalmente a Netanyahu del colapso político. Quizás lo más claro sea que Trump pidió al presidente israelí que concediera el indulto a Netanyahu, considerándolo un «héroe nacional» merecedor de honor, no de enjuiciamiento. Esta postura pareció constituir una injerencia directa en los asuntos judiciales de un estado democrático y desató un resentimiento generalizado en círculos israelíes, incluso en la oposición, que la consideró un insulto al Estado de derecho y a las instituciones independientes. A pesar de los intentos de Netanyahu de explotar políticamente la relación con Trump, el poder judicial israelí rechazó su solicitud de aplazamiento del juicio y confirmó que las sesiones se llevarían a cabo según lo programado durante el mes en curso. Aquí se revela la gran contradicción entre ambas escenas, pues hay un líder que intenta presentarse como héroe nacional, mientras comparece ante el poder judicial acusado de graves cargos de corrupción. Esto contradice y se transforma de herramientas de disuasión en herramientas de política. La pregunta más importante que surge a la luz de esta escalada es: ¿se han convertido los ataques israelíes en una herramienta de la política estadounidense para imponer la “paz por la fuerza”? Según el enfoque de la administración Trump, la respuesta parece ser afirmativa, ya que Estados Unidos busca imponer una realidad política en Oriente Medio que priorice sus intereses, considerando a Israel como una de sus herramientas ejecutivas para lograrlo, mientras que Irán, en cambio, desempeña el papel de un oponente tenaz. En esta ecuación, con el apoyo de Rusia y China y una alianza táctica con múltiples potencias regionales, Israel ha vuelto a caer en una crisis interna, como resultado de las complejidades del panorama político y militar, en particular la continua agresión contra Gaza. Esta profunda crisis dentro de Israel no se ha resuelto; más bien, se ha profundizado, especialmente ante la ausencia de una solución decisiva o resultados estratégicos claros. Por lo tanto, con la creciente presión de los mediadores, tanto egipcios como cataríes, parece que finalmente se impondrá un acuerdo, y Netanyahu se verá obligado a aceptarlo para intentar poner fin a esta situación. Aunque no sea un reconocimiento oficial de todas las partes, será una admisión implícita de que nadie ha logrado una victoria completa, porque todos han perdido y todos proclaman su victoria. Una visión realista del conflicto revela que nadie ha salido victorioso. El programa nuclear iraní no ha sido destruido, como afirmaba Estados Unidos. El régimen iraní no ha caído, y los “agentes” iraníes en la región no han sido eliminados, como se planeó desde el inicio de las operaciones. Las facciones palestinas siguen llevando a cabo dolorosos ataques contra las fuerzas israelíes en Gaza y siguen representando una amenaza militar real. Mientras tanto, otras armas de Irán, como Hezbolá y los hutíes, se han mantenido al margen de un enfrentamiento efectivo, a pesar de las expectativas de su intervención. Esto se debe a que Irán, a pesar de todos los ataques, entró en esta confrontación como si no contara con el apoyo aparente de sus aliados tradicionales. Ni Rusia, ni China, ni Hezbolá intervinieron directamente, lo que revela el alcance de la presión estadounidense y el papel de Washington en la neutralización de estas fuerzas para fortalecer la posición de Israel sobre el terreno. Lo extraño es que todas estas armas, que Irán ha dedicado años a desarrollar, no hayan actuado en este momento crítico. Incluso Hezbolá, que está geográficamente más cerca de Israel, ha permanecido en silencio, aunque ha emitido algunos discursos tendentes a escalar el conflicto
Aunque no se lograron los principales objetivos de la operación, algunos creen que Israel logró neutralizar a los “actores armados no estatales”, o lo que se conoce como el “eje de apoyo y resistencia”, particularmente en el Mar Rojo. El fracaso de los hutíes en influir significativamente en el transporte marítimo en esa sensible región representa una ganancia implícita para Tel Aviv, que busca asegurar las rutas marítimas, una arteria económica vital para Oriente Medio.
Por parte iraní, Teherán demostró su capacidad para absorber e incluso responder al golpe inicial, lo que contribuyó a estabilizar el frente interno y a restaurar la cohesión del sistema político. Tras ese golpe, Washington y Tel Aviv recurrieron a la llamada teoría del “engaño estratégico”, engañando a los observadores con anuncios contradictorios sobre la existencia de planes de escalada o una posible tregua. Esto mantuvo la situación envuelta en el misterio. La pregunta clave sigue siendo: ¿Responderá Irán adoptando la misma estrategia de ambigüedad con respecto a su programa nuclear?
Informes occidentales confirman que el programa nuclear iraní no se vio afectado y que las instalaciones de enriquecimiento siguen operando eficientemente. De hecho, la actividad satelital detectó actividad significativa antes y después del ataque, lo que podría indicar preparativos preventivos iraníes. El ministro de Asuntos Exteriores iraní salió tras el ataque para confirmar que el programa nuclear no había sufrido daños, sino que seguía operando a plena capacidad. Incluso repitió la misma declaración días después, lo que planteó varias preguntas: ¿Quiere Teherán asegurar a su público nacional que se mantiene fuerte? ¿O está ocultando daños reales para proteger su posición negociadora? Es probable que Irán, como lo ha hecho a lo largo de los años, sea experto en usar la “carta nuclear” como herramienta de disuasión y negociación, no como herramienta de interacción directa. Incluso la amenaza de retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear se enmarca en este marco, algo que el presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió contra como una medida que podría desestabilizar el sistema internacional. En medio de esta escalada, persiste la gran paradoja de que un Estado como Israel, que no es miembro del Tratado de No Proliferación Nuclear y posee un arsenal nuclear no sujeto a supervisión internacional, lance un ataque militar directo contra un Estado miembro del tratado, concretamente Irán, cuyas instalaciones nucleares, a pesar de todos los desacuerdos, están parcialmente supervisadas por el Organismo Internacional de Energía Atómica. Teherán plantea aquí una pregunta legítima: ¿Por qué se permite a Israel poseer un arma nuclear al margen del derecho internacional, mientras persigue a Irán únicamente por un programa nuclear civil (según su descripción)? Más bien, considera el ataque israelí en sí mismo como una justificación para continuar el enriquecimiento y el fortalecimiento de sus instalaciones nucleares como parte de sus herramientas de disuasión estratégica. Quizás la pregunta más importante que se plantea actualmente es: si Washington puede poner fin al conflicto directo entre Israel e Irán con una simple “palabra” del presidente Donald Trump, ¿por qué no termina la guerra en Gaza? La respuesta podría residir en la complejidad de los intereses políticos, los equilibrios internos en Israel y el deseo de algunas partes de invertir tiempo para lograr ganancias en la negociación. Pero, en última instancia, no parece haber una voluntad real de lograr una solución integral. Todos, ya sea Irán, Israel o… Estados Unidos, y todos los demás, están librando este conflicto con la lógica de “gestionar la crisis”, no de ponerle fin. Mientras esta lógica no cambie, Gaza seguirá en llamas, Teherán seguirá agitado y Tel Aviv seguirá en crisis, en medio de un conflicto sin fin a la vista
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